¿Somos esclavos de nuestros genes?
O podemos cambiar nuestro destino..
Desde que nacemos, todas las células de nuestro cuerpo guardan en el interior de su núcleo 23 cromosomas heredados de nuestra madre y otros 23 de nuestro padre. Toda esta información genética que nos hace distintos y especiales, se guarda de forma ordenada en una hélice doble y retorcida: nuestro ADN.
Los genes contienen las instrucciones para fabricar proteínas que tendrán distintas funciones en nuestro organismo, e hicieron falta más de 13 años de investigación para identificar los 25.000 aproximados que tiene el ser humano y definir su secuencia.
En el año 2003 nuestro mapa genómico fue completado pero, en lugar de resolver todos los misterios sobre nuestras características físicas y evolutivas, se plantearon nuevas incógnitas al darse cuenta que, a pesar de lo que se había creído hasta el momento, no era posible determinar características como el color de los ojos de una persona simplemente observando su ADN.
Entonces..
¿Qué factores determinan realmente el comportamiento del genoma de una persona? ¿Cómo se expresan entonces esos genes que ha heredado y por qué lo hacen del modo en que lo hacen?
Resultó que faltaba descubrir un agente dentro de la ecuación: El Epigenoma.
El epigenoma, como un director de orquesta, decide qué genes se activan y qué otros permanecen dormidos. Es decir, define sus funciones y su comportamiento: nuestro fenotipo.
La epigenética, la ciencia que se ocupa de estudiar esta serie de compuestos químicos, nos muestra que responden a muchos factores tanto internos como externos. De forma que, aunque heredemos la información genética de nuestros padres al nacer, el resultado o expresión de ésta dependerá de variables como nuestra alimentación, hábitos e incluso los factores ambientales que nos rodean.
Si lo pensamos bien, tiene mucho sentido: podemos ser bendecidos con una genética excelente, pero si nuestras elecciones a lo largo de nuestra vida no son congruentes, de poco nos va a servir. Por suerte, funciona del mismo modo a la inversa: podemos evitar desarrollar ciertas enfermedades a las que somos propensos de padecer por ser hereditarias.
En conclusión: no, no somos esclavos de nuestro genoma y si, por suerte, podemos cambiar nuestro destino.
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